¿Por qué la playa más salvaje de Málaga se convirtió en un monumento natural?

¿Por qué la playa más salvaje de Málaga se convirtió en un monumento natural?

Una historia de arena, memoria y resistencia frente al turismo masivo


Es septiembre de 2025 en la Costa del Sol, Málaga. El sol todavía cae con la arrogancia del verano, pero el calendario insiste en que el otoño ya está cerca. En esta costa donde todo suele construirse, asfaltarse y venderse al mejor postor, hay un rincón que parece intocable: una playa convertida en monumento natural, una rareza dentro del mapa saturado de chiringuitos y apartamentos. 🌊 ¿Cómo ha logrado sobrevivir semejante milagro en una de las zonas más castigadas por el urbanismo? Esa es la pregunta que me persigue mientras camino sobre la arena que aún huele a libertad.

¿Por qué la playa más salvaje de Málaga se convirtió en un monumento natural? 1


La historia secreta de una playa que se negó a morir

Hace tiempo, antes de que esta playa tuviera nombre oficial en el BOE, solo era un refugio de pescadores y paseantes solitarios. No salía en folletos turísticos ni en Instagram. Nadie la llamaba “monumento natural”. Era simplemente arena, agua y viento. Y, sin embargo, esa simpleza fue su escudo.

Hoy camino por aquí y me sorprende que se escuche más el murmullo del mar que el reguetón de un chiringuito. El contraste con otras playas malagueñas es brutal: allí, hamacas y camareros corriendo con mojitos; aquí, dunas que parecen de otro siglo, aves que bajan a la orilla y una quietud que incomoda a los que vienen buscando fiesta.

“El turismo no lo puede comprar todo”, pienso mientras observo cómo las olas borran mis huellas antes de que alguien pueda pisarlas.


Cuando Málaga eligió proteger lo que no da dinero inmediato

El reconocimiento como monumento natural no llegó por azar. Hubo discusiones políticas, informes técnicos y, cómo no, tensiones con quienes veían en la playa una mina de oro inmobiliario. Lo típico: ¿qué da más votos, un resort de lujo o un arenal protegido?

Y, sorprendentemente, en esta ocasión ganó la naturaleza. No fue un gesto romántico ni una epifanía repentina de amor a la arena. Fue, más bien, la constatación de que destruir el último rincón virgen sería el colmo del disparate.

Los expertos lo advirtieron: aquí hay flora que no sobrevive en ningún otro punto de Andalucía, aves migratorias que descansan en mitad de sus viajes imposibles, dunas que cuentan la historia de miles de años de viento.

“La modernidad no siempre es construir, a veces es dejar en paz”.


El precio de decir no al cemento

No nos engañemos: declarar monumento natural a esta playa fue también un golpe para quienes habían hecho números con hoteles, marinas deportivas y urbanizaciones. Hubo que renunciar a dinero fácil, a impuestos futuros, a empleos prometidos. Y, sin embargo, esa renuncia se convirtió en el verdadero lujo de Málaga: tener un espacio intacto en medio del ruido de la Costa del Sol.

Me viene a la mente un refrán viejo: “Lo barato sale caro, lo caro se paga una vez”. Aquí se decidió pagar el precio de conservar, aunque sonara a locura. Y ahora, años después, esa locura tiene nombre: monumento natural.

Un paraíso incómodo para el turista de sombrilla

Quien llega a esta playa esperando las comodidades de Benalmádena o Torremolinos se lleva un chasco. No hay hamacas alineadas como soldados, no hay baños químicos cada cincuenta metros, no hay música enlatada. Lo único que hay es lo que siempre hubo: arena áspera, agua fría, viento que despeina.

Y claro, eso incomoda. Porque la modernidad nos ha acostumbrado a un turismo domesticado, como un parque temático con vistas al mar. Aquí no. Aquí manda la naturaleza.

Johnny Zuri:

“Lo incómodo también es un lujo. El verdadero paraíso no tiene Wi-Fi ni camareros.”


Lo que esta playa revela de nuestra memoria

Convertir este lugar en monumento natural no es solo proteger dunas. Es también proteger la memoria. Porque cada palmo de arena habla de un tiempo en el que la costa no era sinónimo de negocio, sino de vida sencilla.

Hace décadas, familias enteras venían aquí con tortillas y sandías, sin más pretensiones que pasar el día al sol. Hoy esas historias resuenan como canciones viejas, medio olvidadas. Pero siguen latiendo bajo la arena.

El filósofo Ortega y Gasset escribió: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Esta playa es nuestra circunstancia. Perderla sería perder un trozo de lo que somos.


¿El futuro de Málaga será mirar hacia atrás?

Camino entre dunas y pienso en el futuro. La Costa del Sol ha vivido siempre con un pie en la contradicción: vender naturaleza mientras la destruye. Y esta playa demuestra que hay otra forma. No es un modelo masivo ni rentable al minuto, pero es una promesa de autenticidad.

Quizá el verdadero turismo del futuro no esté en la comodidad inmediata, sino en lo que nos obliga a salir de la rutina: caminar más, cargar con tu sombrilla, no poder pedir un mojito con pajita de plástico.

Y aquí aparece la ironía: lo que antes era considerado atraso, hoy se vende como lujo.


Preguntas que el mar todavía no responde

¿Será este monumento natural un ejemplo aislado o el comienzo de otra manera de mirar la Costa del Sol? ¿Durará este compromiso o caerá en cuanto cambie el viento político?

El mar no responde. Solo insiste en su vaivén, borrando las huellas, recordándonos que aquí estábamos antes que los hoteles y que aquí estaremos después de ellos.

“Todo parece eterno, hasta que alguien levanta un muro de cemento”.

13 / 100 Puntuación SEO

Deja una respuesta

Previous Story

La grafología como herramienta práctica para el análisis de la escritura

Next Story

¿Cómo son los conciertos Candlelight en Marbella? Una mirada íntima

Latest from REPORTAJES